Ébano y marfil

Su mano me agarraba con la fortaleza de los años, con la pasión de una juventud y con la sinceridad de quien ha encontrado a alguien especial. Su mirada no me mentía, era pura, profunda y algo dolida esperando una respuesta. Parada y sin saber muy bien cómo corresponder tal gesto, no lograba poner de acuerdo a mi cabeza y corazón. Por un lado él despertaba una fuerte atracción en mí y era capaz de sonrojarme con el simple roce de su cuerpo. Sin embargo el miedo me impedía avanzar o comunicarme, mientras él persistente se aferraba a mi cintura.

De porte atlético y duro, como la vida le había tratado, tenía la capacidad de descolocar a las personas. De hacerlas sentir una amenaza y de no confiar en nadie. Robusto y a la vez delicado, ébano y al mismo tiempo blanco y puro como el marfil. Sin embargo la fortuna había querido que me topase con él, que le sirviera de consuelo tras un viaje lleno de riesgos, donde la vida ya no vale nada si no se puede cambiar y en donde los recuerdos son el motor para poder emprender un nuevo camino. Extraño de su casa, de su familia, de sus costumbres, consiguió un hueco en un país que no se lo puso nunca fácil, pero la tenacidad y esfuerzo nunca le faltaron y pronto aprendió a seguir el son de su nueva vida.

Con sorpresa se ganó a todos y realmente cuando le conocí, fui yo la que se convirtió en extraña y desubicada. Mi mente parecía estar en otro continente, de donde venía él  y de donde sus historias no parecían tener límites. Con su grandeza interna me enseñó a respetar y a que juzgar es de cobardes. Me demostró la fragilidad de un ser tan grande y que los colores son más armoniosos cuando se mezclan caprichosamente. Sus supersticiones, su cultura y su ser me cautivaron, deseando formar parte directa de esas historias y de una vida tan distinta a la mía.

Logré ese cometido, logré abandonar los límites impuestos para poder iniciar juntos nuestro camino. Desnudé mi alma y piel, cambiando comodidades por pasar más tiempo a su lado. Y cuando la necesidad se hizo asfixiante me dio miedo estar atándome demasiado a alguien tan distinto. Y salí corriendo.

Sin embargo su piel color ébano me acompañó, su mirada suplicante y llena de amor se me clavó y no pude estar mucho más sin compartir su abrazo. Lejos de estar resentido, me esperó porque sabía que volvería, los espíritus se lo habían desvelado. Él lo sabía todo porque su paciencia y capacidad de observar le ofrecían más que todos los instrumentos y adelantos que nos empeñamos en coleccionar. Por eso tranquilo y protector me recibió con su abrazo deteniendo otra vez el tiempo y dando valor a lo realmente importante, a cada momento.

Deja un comentario